Espere por favor
Catalina Niño

Psicóloga y Magister en Familia | Atención en línea

¿Cómo hago para no cansarme de ser psicóloga?

En algún momento de la maestría que cursé, hubo una clase con la profesora Pilar Wolf, en la que analizábamos diferentes implicaciones de la labor de terapeuta. En este caso, profesiones como la psicología tiene dentro de sus riesgos ocupacionales la traumatización vicaria. Vicario es el término que hace referencia a la experiencia que se da por presenciar la experiencia de otro, es decir tener una experiencia en la que el psicólogo se ve expuesto, afectado o impactado, vivir alguna consecuencia de daño en su ser por el sólo hecho de estar involucrado con la experiencia de una persona que haya sido lastimada, que viva un trauma o sufra una condición que le vulnere; así el psicólogo no haya vivido en carne propia lo mismo. Esto, porque el involucramiento de la persona que trabaja como psicólogo implica un compromiso completo de su atención, de su capacidad sensible y solidaria, de su comprensión detallada de la experiencia del otro desde la empatía – comprender poniéndose en los zapatos del otro- y al mismo tiempo tener la lucidez, la entereza y la valentía para proponer un proceso en el que las personas se enfrenten a sí mismas y sus circunstancias, y las transformen, es decir que se transformen. No es poco lo que un psicólogo tiene que poner de sí para que esto suceda.

Sin embargo, también estuvo en la mesa de discusión hablar sobre los beneficios que tienen los psicólogos en su trabajo y uno de ellos fue llamado resiliencia vicaria. Es decir que también hay otra posibilidad vicaria en esta labor y es la de la oportunidad de aprender de los procesos por medio de los cuales las personas y las comunidades que viven dificultades crean maneras, no sólo de sobrevivir a ellas, sino además de conservar las cualidades de su naturaleza, sobreponerse a veces en mejores condiciones que antes al tiempo que logran usarlas a su favor para generar un desarrollo mayor.

He aprendido a preguntarle a las personas con las que trabajo: ¿Cómo lograste seguir adelante? ¿Cómo sucedió que esto no tuviera un desenlace peor?  - muchas veces pienso en que yo no estoy segura de haberlo logrado tan bien como ellos si estuviera en la misma situación, son también maestros -. Pero además me he propuesto mantener en la mira los elementos, las señales que me cuentan cómo en medio de las aparentes dificultades, estancamientos o trastornos, las personas conservan en todos sus despliegues un sentido y un impulso resiliente, es decir, que tiene un sentido la dificultad, el estancamiento o el trastorno. Sentidos que son a veces silenciosos, otros ocultos y algunos desprestigiados; pero están. No me aburro de intentar descubrirlos y me alimento en las miles de veces en que los consultantes y yo logramos desentrañar una historia y escribirla descifrando en ella esos sentidos, esos hilos de resiliencia con que se teje una vida, esos sentidos en aquello que aparentemente no tiene sentido, pero que puede llegar a albergar una lealtad inquebrantable con la vida misma, con el amor o con la trascendencia.

Me llamo a mí misma una humanista y lo he definido para mí misma como ser aquel o aquella que busca y admira el ser humano, que busca conocerlo y comprenderlo en la más amplia de las posibilidades, y más allá de eso que se descubre humano en esa búsqueda, que se devela en un encuentro de su humanidad con la humanidad de otro sin las pretensiones objetivas, ni títulos jerárquicos, ni las parafernalias para creer que al observar se deja de ser un ser humano más como cualquiera. Me instauro un humanismo en el que me abro a ver, admirar y recibir la sabiduría de mis consultantes.

En este caso soy alguien más que vive junto a otros mientras hago unas tareas que la sociedad actual le atribuye a los psicólogos pero que en algún otro tiempo le fueron entregadas a los sacerdotes, a las damas de compañía, a los filósofos, a los psiquiatras, a los psicoanalistas; y en otras culturas a los chamanes, a los brujos o a las pitonisas y que ahora también se le entrega a los coaches y a los educadores. Cada uno con ciertas variaciones, aunque en el trasfondo la misma pretención de una relación de ayuda en la que quien consulta se transforme para su bienestar en el continuo devenir de la existencia.

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