Espere por favor
Catalina Niño

Psicóloga y Magister en Familia | Atención en línea

Los magníficos

Tendemos a compararnos con otros y creemos que estamos en desventaja. Qué nos implica, qué ruta de salida podríamos tener a esta forma de sufrir.

Conversaciones en el consultorio. Podría ser la sesión número 10.750 de las que he atendido y ella dice: "Yo quisiera sentirme tranquila con esto como todos los demás. Como la gente que veo en la calle que se ve en paz, que fluye, y que uno ve que no le pasan estas cosas que a mí." Después de esto, entra un largo auto-reproche por no ser como ellos, por no avanzar rápidamente en ese anhelo, equivocarse en sus intentos y no lograr lo que ellos tienen...viene el dolor, la angustia, la bruma...

De pronto se convierte en una mujer muy pequeña, sumida en la capa pesada de sufrimiento que esto le proporciona, sentada en un rincón del mundo mientras este avanza sin detenerse a verla con alguna pizca de consideración. Ella misma no la tiene para sí en absoluto.

Entonces, entramos a explorar quiénes son y cómo son esos otros de los que habla, desplegamos la tarea de desentrañar el rollo que la envuelve en este estado de arrinconamiento, y después de cincuenta minutos de este ejercicio se dispersa la niebla densa, su mirada es distinta, sonríe la luz en sus ojos. Se va.

 Y yo vuelvo a pensar sobre esto, no ha sido la única que trae algo similar a consulta. Esos otros, esa gente de la calle de la que hablaba, son unos personajes tremendos de las historias de consultorio. Podría decir que la mayoría de consultantes los trae a psicoterapia en su discurso, y de ellos hablan con la certeza indiscutible de que sí son felices a diferencia de los consultantes mismos.

Entra el espacio de mis reflexiones personales como terapeuta, ni yo ni nadie estamos ajenos a esta serie de imaginaciones. Esos otros, son la gente que vemos en todas partes y de repente se nos vuelven unos fantasmas imaginarios inventados con una vida particularmente plena justo en aquello en lo que nosotros sentimos carencia o sentimos pavor de llegar a tenerla. Para quien experimenta el dolor de perder a un amor, precisamente ve a los demás felices con sus parejas o sin miedo a la falta de una; para quien el agobio es la ansiedad, ve a los otros que no viven pensando en todas las posibilidades terribles del futuro y de la falta; para quién sufre imaginándose que no podrá salir adelante con su trabajo, los demás siempre son eficaces y exitosos; para quien vive el dolor profundo de la ausencia de su madre, está convencido de que la mayoría de la humanidad ha tenido no solo una madre, sino una muy buena y tierna. Esos otros, los magníficos: ejemplos de felicidad, tortura inminente. 

Les llamo así a esas imaginaciones fantasmales que suelen estar de observadores permanentes a donde quiera que vayamos. Como si nuestra vida fuera un show de televisión y ellos fueran una suerte de audiencia que puede ver cómo no somos tan magníficos como ellos. Les tenemos presentes en nuestra soledad más íntima. Son fantasmas persecutorios que suelen condensar una suerte de expectativas magnánimas. Entonces, además de lo que cada quien tiene que vivir y resolver según la trama de su vida, ahora "le toca" llevar el peso de no ser un magnífico como los que se supone que pululan en la calle y en las redes sociales. Nos vamos convenciendo de que no nos sirve ser seres sencillos, regulares, de logros hechos paso a paso y con bloqueos de vez en cuando (no, eso estaría mal y sería ser mediocres e infelices). Así, vamos asumiendo que lo que no es extraordinario es malo. Gracias a esto llegamos al punto en que creemos que no estamos haciendo la tarea de vivir lo suficientemente bien y que eso es un problema merecedor de toda nuestra angustia. 

En consulta, suelo entrar a preguntar de dónde viene la certeza de que los demás son así de magníficos. Algunas veces las personas lo suponemos al ver ciertos hechos pero no nos damos cuenta de que al hecho lo hemos cargado con nuestras interpretaciones. Rara vez asumimos que esas personas podrían vivir como nosotros lo hacemos, con diversos dilemas e incertidumbres por recorrer, con momentos de éxito y momentos de fracaso, humanos aprendiendo a vivir cada uno con sus propias tramas y retos. De vez en cuando notamos que de todas las opciones de vida que hay en las demás personas, nos enfocamos sólo en la comparación con aquellas frente a las cuales estamos “perdiendo”. A veces me imagino a la humanidad en una carrera en la que cada quien mira con angustia al que va adelante y lucha con desespero por no ser como los de atrás.

Los magníficos están hechos de un mosaico de imágenes sociales y otras tantas personales que terminamos juntando en personajes de características estáticas en permanente de éxito y satisfacción. No toleran las pausas, las mermas, las pérdidas o los momentos del proceso en que no damos frutos. No toleran la naturaleza cíclica de los devenires de la vida. Pero pocas veces tenemos claro que los magníficos son hechos de contenidos simbólicos y, en cambio, creemos que estamos respondiendo a las exigencias que el mundo nos hace, o a las de nuestras necesidades, pero en realidad son sólo una idea distorsionada acerca de lo que debemos ser y lograr.

Creo que guardan en el fondo una señal que vale la pena escuchar, aunque con la astucia suficiente para discernir el mensaje de la distorsión. Me parece interesante notar que algunas veces aparecen en representación de lo que extrañamos; otras, de lo que necesitamos; y algunas tantas, de lo que creemos que tenemos que ser para sentirnos aceptados socialmente. Tres procesos distintos con representaciones similares pero en ninguno la representación es, en sí misma, la claridad completa de nuestras necesidades profundas. Que aparezca la imagen de los magníficos no es un problema, creo que el giro desventurado se da porque rápidamente creemos que lo que los magníficos muestran es exactamente hacía donde debemos dirigir nuestros esfuerzos. Esto lo hacemos sin cuestionarlos y sin darnos tiempo de explorar qué proceso yace de fondo. Sin este tiempo de exploración el deseo representado por el fantasma, se vuelve un imperativo y empezamos a correr en desespero tratando de alcanzar la meta de ser un magnífico o una súper magnífica pero siempre sintiendo que no lo alcanzamos.

Una vez, una monja de un templo me dijo: ¿Crees que algo de lo que has hecho ha tenido la intención de dañar tu camino y estancarte en la vida? Seguramente no, aun en todas esas esas situaciones en las que no has logrado lo que esperabas, lo que estaba pasando es que estabas intentando vivir de la mejor manera que podías, vivir con lo mejor de ti, con lo que tenías en ese momento. Y si eso es así, no hay falta, no hay fracaso. ¿Cómo puede ser un fracaso vivir como mejor se puede? No puede ser un error vivir de esta manera así no se alcancen los resultados que se fantaseaban, así no se dé lo que dictó la imaginación.

Me parece que los magníficos podrían ser signos de que necesitamos avanzar pero no son una evidencia de que estamos viviendo equivocadamente, ni son la imagen de lo que tiene que suceder. Que los planes o los sueños no se cumplan como lo idealizamos o lo planeamos no es un problema, solamente es la realidad tomando sus rumbos y mostrándonos que es distinta del mapa idealizado.

Creo que cae bien sentarse a escribir todas esas películas sobre magníficos con las que convivimos, describiéndolas en detalle y con tramas completas; y así, develar aquello con lo que nos torturamos. He visto que lo que normalmente sucede es que al plasmar las películas fantasmales y visualizarlas en detalle hasta el final, se aterrizan sus dimensiones y desproporciones, pueden ser notados sus quiebres y la incapacidad para hablarnos de nuestras circunstancias y sus complejidades reales. Cae bien escribir, observar de lejos lo escrito,  interrogar a la película y sus protagonistas fantasmagóricos: ¿Y sí es cierto que sea todo así de magnífico? ¿Qué es lo que estoy viviendo en el fondo de todo esto que parece estar representado en estos magníficos? ¿Realmente qué es lo que necesito ahora para avanzar en paz?   

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